Hay dos señales inequívocas que os indicarán que habéis entrado en el Arrabal de la Peste: una, la sensación de haber pisado algo que va a requerir un cambio de calzado inmediato; y dos, el inconfundible olor de Heigan. Es el tío al que los otros no-muertos llaman "el Impuro". Os dejamos un momento para asimilarlo. Una cosa está clara: una vez que hayáis terminado aquí, querréis lavaros las manos con disolvente.